A poco que se me conozca, cualquiera sabe que el ruido es una de las cosas que más me molesta, casi tanto como el tabaco. Suelo ser bastante jartible con el tema y lo comento cada vez que tengo ocasión, generalmente con ánimo de queja. Me molestan todos los ruidos, pero especialmente la gente que habla por teléfono a gritos y los señores que cantan y tocan el acordeón en el tren o metro.
Curiosamente no suele haber mujeres, son siempre hombres. ¿Alguien ha sufrido alguna vez a una mujer artista actuando en algún vagón de transporte público? Y digo sufrir sin ánimo de acritud, que no siempre lo hacen tan mal y no les niego su mérito. Sencillamente los considero una intrusión en mi espacio auditivo y una imposición que no siempre me apetece o agrada. Y eso no mola.
Como consecuencia, son frecuentes mis publicaciones en redes sociales e incluso algún que otro post como mero desahogo, que sé que no voy a solucionar nada, pero ahí queda la pataleta.
Pues ayer la pataleta me devolvió la h*stia. Karma inmediato lo llamaría yo. Lo que se presentaba como un plácido trayecto en metro desde Universidad hasta Sagrada Familia se convirtió en el más absoluto de los surrealismos. Me sentí por unos momentos como en un programa de José Mota, con lo poco que me gusta ese hombre.
Nada más subir al vagón avisté -y oí a la vez, porque hablaba por el móvil a gritos- una señora de mediana edad apoyada en la puerta contraria a la mía. No había asientos disponibles, y siendo solo tres o cuatro paradas, me apoyé yo también junto a la puerta por la que había entrado. Mis ojos se clavaron de inmediato en el suelo del vagón a la altura de la señora: llevaba puestas unas BABUCHAS de las de toda la vida, de estar por casa, se supone… Aprovechando que tenía el móvil en la mano, no tardé en hacer la foto para compartirla en Facebook. Mientras escribía el texto que la acompañaría, explicando que ¡oh, sorpresa! además la señora estaba hablando a gritos por el móvil, contando vida y milagros, hizo su entrada triunfal por la puerta del vagón contiguo el señor del acordeón. Sí, 2×1, sin duda, era mi día de suerte.
La escasa cobertura hizo que la publicación tardara en cargarse, y mientras observaba ensimismada mi teléfono para ver si lo lograba con éxito, no sé exactamente qué pasó, ni cómo, ni por qué, pero tenía a la señora de las babuchas zarandeándome del brazo para llamar mi atención -porque se debía pensar la mujer que hasta entonces pasaba desapercibida…- y explicándome su vida y milagros. No me había dado tiempo a reponerme del sobresalto cuando atisbo el acordeón haciendo una finta a la señora para adelantarla y hacerme un bloqueo por la derecha. Y allí se plantó para seguir tocando, JUSTO al ladito mío.
Mientras el artista me deleitaba con un unplugged haciéndome ojitos, la señora me explicó que venía de trabajar, cuánto tiempo llevaba trabajando en donde fuera, a la hora que entraba, que su jefa no hablaba español, que había pintado una habitación…Esto era por otra parte deducible, a tenor de los restos de pintura en su pelo, en su ropa, en sus manos…No, ¡en sus babuchas no! He de decir que me quedé mucho más tranquila cuando me explicó que ese era el motivo de ir en zapatillas de estar por casa, que los zapatos se le había manchado de pintura. Prefiero no imaginar cómo habrían quedado para que la mejor opción posible fuera ponerse las babuchas… Todo esto en un metro cuadrado aproximadamente, sin soltarme del brazo y con el otro dándole toques al del acordeón para que dejara de tocar, que no la dejaba hablar tranquila. TODO MUY NORMAL.
Entre las dos paradas que me separaban de Sagrada Familia no debía haber más de un par de minutos. 120 segundos que a mí me parecieron horas: con la señora relatando, casi sintiendo el aliento del señor del acordeón en mi oreja derecha, acorralada, y viendo cómo el resto de pasajeros seguía la jugada con una sonrisa contenida, con cara de estar buscando la cámara oculta. Mi cara también debía ser un poema, a la vista de las reacciones del personal. Me sentía como el emoji del WhatsApp que ríe apretando los dientes 😬 : ¡¡YI A ISTA SIÑIRA NI LI QUINIZQUI DI NADAAAAA!!
El karma existe y esta es la versión más inmediata que he podido experimentar.
Llegamos, por fin, a Sagrada Familia. Con dificultad me libero de los agarrones de la señora e intento escabullirme entre la barra y el acordeón para abrir la puerta. No me había dado tiempo a suspirar aliviada, cuando me di cuenta de que ambos bajaban tras de mí. NO PUEDE SER.
Os aseguro que nunca había subido unas escaleras mecánicas a tanta velocidad. Menos mal que el karma inmediato finalizó ahí.
Por cierto, lo de karma inmediato no me lo he inventado yo, lo he cogido prestado de En Sevilla hay que morí, de Eba Rubio y David Sigüenza, que no tiene desperdicio. ¡Os la recomiendo!
maite
escrito el 26 mayo 2018 -fantástico relato! y menhe sentido especialmente identificada.
hay dias en los que una tiene un nosequé especial que hace que los humanos se acerquen y pregunten, expliquen o confiesen. El otro dia parece ser que fue el tuyo.